Conocimiento

CONOCIMIENTO DE UNO MISMO

Esta clase de conocimiento puede parecer abstracto, difícil, borroso o inútil. Mi impresión es que efectivamente tiene un poco de estas cuatro cosas y que aún hay muchas otras críticas que se le pueden hacer. Y sin embargo, atañe a cosas muy concretas, ayuda a simplificar el corazón, trae una gran claridad y colma de sentido la vida. Muchos santos han hablado de este conocimiento y creo que prácticamente todos lo han practicado, de distintos modos. La razón podría estar en aquello que dijo Santa Teresa de Jesús, "la humildad es la verdad."
Sin el conocimiento de sí mismo, el cristiano está condenado a equivocarse en la valoración de sí mismo y de sus actos. A veces considerará sus cualidades como insuperables y peca por soberbia; otras veces estima que sus errores son del todo irreparables y se hunde en la desesperación. Sin un conocimiento de su propio ser rebota cruelmente entre estos extremos y se equivoca una y otra vez en la causa de sus males. A menudo culpa a otros de lo que es su propia responsabilidad, aunque tampoco es extraño que se sobrecargue de acusaciones y se inunde de amargura. Es apenas lógico reconocer que un corazón sometido a este cruel tratamiento de ignorancia estará demasiado miope para la obra de la gracia.

La persona que se conoce es infinitamente menos violenta que la que no se conoce. La violencia es ignorancia fermentada. Por eso en las discusiones alza más la voz el que menos seguro se siente: suple con gritos lo que le falta en convicción de las propias razones.

La persona que se conoce tiende a ser más misericordiosa. Ha visto sus propios errores y le queda más fácil entender que otros yerren. Ha visto que el mal tiene mil disfraces y que es fácil equivocarse; por eso simpatiza con la frase compasiva de Cristo en la Cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).

La persona que se conoce sufre menos de miedo y por eso también es mucho más libre. El miedo multiplica su fuerza con la ignorancia. Vencida la ignorancia, cae también el bastión primero del miedo.

La persona que se conoce no vive al azar de las circunstancias, al vaivén de las modas o en la incertidumbre de un destino predicho e incógnito a la vez. Sí: las personas que viven en pareja tienen cada una el derecho y el deber de conocerse a sí mismas. ¿De dónde vienen, no digo yo los problemas, sino la incapacidad para resolverlos, si no es de esa tendencia humana a ver la astilla en el ojo ajeno y no la viga en el propio (Mt 7,3-4)? Dígase otro tanto de quienes comparten su vida de otras maneras, por ejemplo, los religiosos. Si cada cual no lucha por conocerse, usará sus recursos para imponer las propias ideas o estilos pero no sabrá a quién sirve en últimas todo eso, y es posible que esté sirviendo a los ídolos de la soberbia, la envidia, la división o el egoísmo. A poco que reflexionemos, pues, encontramos que una vida adulta y llena de sentido, una vida en paz consigo misma y capaz de generar paz en su entorno, es siempre la vida de alguien que ha llegado a conocerse bien a sí mismo. 

¿Cómo llegar a un conocimiento propio desde el camino de Dios?

El examen de conciencia tradicional es muy beneficioso, ya que nos permite ver directamente las faltas que hemos cometido. Estas faltas una vez escritas en un papel y confesadas, nos permitirán acercarnos más a Dios, llegar como el hijo pródigo hasta el Padre Misericordioso. Recibir el perdón que nos dará la tan ansiada paz en el corazón.

Sin embargo en el camino de la Consagración es necesario enfocar un examen de conciencia diferente, que se hace luego del examen de conciencia tradicional. Este es muy importante en cuanto a reconocer todo lo que hemos recibido de Dios y como lo retribuimos en nuestra vida diaria.

Una vez que hemos podido valorar todo lo que hemos recibido de Dios, el paso que sigue es contemplar cómo hemos retribuido en actos de amor y desamor a este Dios que tanto nos ama. Ver si hemos sido capaces de explotar nuestras capacidades y conocimientos en beneficio de nuestros seres queridos y nuestros hermanos.

Cuando completemos con la ayuda del espíritu santo el conocimiento sobre nosotros mismos, y la obra de Dios en nosotros, estaremos en condiciones de continuar en el camino de la entrega de nuestras vidas al Inmaculado Corazón de María. Sabremos que vamos a entregar en esta consagración. Las cosas buenas y las malas. Pues nadie es enteramente bueno o malo. En esta entrega pediremos a María Santísima que nos ayude a modificar nuestros grandes o pequeños pecados, y a perseverar e intensificar nuestras buenas acciones, virtudes y talentos. Así seremos sinceros con nosotros mismos y con Dios. Y la Consagración será plena y consciente, con amor, gratitud y pedido de misericordia.

¿QUÉ ES EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO?
Conocerse a sí mismo es tomar conciencia del amplio universo que complementa nuestra realidad física. Este conocimiento nos permite descubrir la posibilidad que tenemos de realizar diversos trabajos en áreas interiores que para la mayoría de personas son desconocidas.

Para ahondar en el auto conocimiento debemos desarrollar las siguientes capacidades interiores:
- LA AUTO OBSERVACIÓN:
Es dirigir la observación hacia el interior para poder percibir, conocer y comprender los diversos elementos psicológicos que se activan constantemente en nuestro interior, alterando y durmiendo la conciencia.
-EL DISCERNIMIENTO:
Es la capacidad que tiene todo individuo para detectar los excesos y las contradicciones. El discernimiento nos faculta para distinguir por nosotros mismos lo verdadero de lo falso, lo útil de lo inútil, lo prioritario de lo secundario.
- LA NO IDENTIFICACIÓN:
Es aprender a no sumergirse en las reacciones psicológicas precipitadas, manteniendo una distancia para poder observarlas y comprenderlas profundamente.
- LA CONFIANZA EN DIOS:
Es desarrollar la certidumbre en la voluntad divina; aprendiendo a reconocer sus señales, lecciones y directivas; guiando nuestros pasos por caminos que resultan muchas veces incomprensibles para los formatos de la mente.
- LA COMPASIÓN:
Es complementar nuestra perspectiva de la vida, aprendiendo a ponernos en el lugar de nuestros semejantes y tratando a los demás del mismo modo que esperamos ser tratados. (Comprender que yo soy otro tú).
- LA ATENCIÓN:
Es desarrollar la receptividad para captar las diversas revelaciones que el presente nos ofrece cuando aprendemos a vivir en el aquí y ahora. La atención nos faculta para percibir todo aquello que está más allá de nuestros contenidos mentales y nos permite ampliar nuestro margen de entendimiento que suele limitarse a la información acumulada. No seremos receptivos mientras nuestra atención permanezca hipnotizada y sumergida en las emanaciones desordenadas de la inconsciencia (La actividad del ego).

- EL CUESTIONAMIENTO:
Es aprender a interrogarse a sí mismo para descubrir las motivaciones secretas en que se fundamentan cada una de nuestras acciones y actitudes.
- EL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO:
Para seguir los caminos que la conciencia nos inspira debemos aprender a nadar conscientemente contra las corrientes de la vida que nos mantienen dormidos y sujetos a la involución. La actitud pasiva y conformista será siempre un obstáculo para conseguir cambios profundos y verdaderos.
- SILENCIO:
Hacer silencio da gusto. Uno queda percibiendo y escuchando su cuerpo. Todo funciona en silencio. La sangre corre sin hacer ruido alguno. El corazón late sin uno darse cuenta. Los pulmones funcionan suavemente. Todo el cuerpo es movimiento, pero todo funciona en silencio. El universo se moviliza en silencio, la luz se desplaza a trescientos mil kilómetros por segundo sin hacer ruido; cada día nos llega el sol sin hacerse notar. Todo el universo, todos los astros recorren sus órbitas a velocidades fantásticas y todo en silencio. Nada tan hermoso y al mismo tiempo tan misterioso como una noche en el campo, fuera del barullo de la ciudad. Todo es silencio. El mundo natural nos convida al silencio. El agua corre en silencio y aún cuando caiga en forma de cascada, no hiere nuestros oídos. Los árboles crecen en silencio y en silencio se abren las flores y maduran sus frutos. Sin clima de silencio no hay equilibrio interior. Sin silencio no hay relación interior. En medio de las ciudades ruidosas, de las músicas ensordecedoras, de las casas llenas de ruidos de radio, televisión e internet, es necesario crear un clima de silencio. En medio de la corrida de la vida, de las preocupaciones, de las cabezas llenas de confusión y de dudas y deudas que más parecen enjambres de abejas alborotadas, es necesario volverse sobre sí mismo, hacer silencio y escucharse. Escuchar los sentimientos propios, los deseos infinitos. Escuchar el habla del corazón, el habla de la vida, el habla de la naturaleza, el habla de Dios. Es necesario crear un clima de silencio dentro de nosotros mismos: silencio pleno y total para escuchar aquella voz melodiosa y profunda de Dios, silencio que es armonía con la naturaleza, luego de ello, habla lo necesario.

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