La clave para descifrar la amistad está en la duración, en la prueba del tiempo. Porque, las amistades fundadas en el placer o en la mutua conveniencia se evaporan fácilmente cuando cambian en algún sentido. De este modo, quienes se aman por interés no se aman por sí mismos, sino en la medida en que se benefician unos de otros en algo. Sucede igual con los que se aman por placer; las amistades frívolas solo muestran su afecto a otros porque les resultan agradables, nada más. Sucede lo mismo en las amistades basadas en el interés político, religioso o comercial, como las amistades infantiles, basadas en los juegos y pasatiempos, se deshacen frecuentemente y con facilidad.
Ahora bien, la verdadera amistad incluye el placer y la utilidad, aunque no se reduzca a ellos. Naturalmente los amigos socorren a los amigos y encuentran agradable su compañía, su trato y su conversación. Entonces, la amistad es perfecta cuando se funda en la buena voluntad (benevolencia) y se da entre personas virtuosas. Pero, pero, pero... resulta que tales amistades son escasas, porque hay pocas personas virtuosas, más son las personas viciosas. En este sentido, el deseo de la amistad surge rápidamente, pero la amistad no. Por eso, la amistad se debe cultivar, elaborar, virtudes tras virtudes (como la paciencia, la prudencia, la confianza, el respeto, la solidaridad, el perdón...) lo cual supone el buen trato, la convivencia, pasar tiempo juntos, hacer cosas juntos, conversar, tomar café, vino, compartir las enseñanzas de un buen libro; en una palabra, la comunicación ordinaria (face to face) y extraordinaria (celulares, redes sociales).
Por todo o dicho, la afinidad o similitud, mucho más que el contraste o la desemejanza, en el ser y en las inclinaciones, es la causa principal de la amistad. ¿Soy, realmente, amigo? ¡Válgame, Dios!