martes, 6 de septiembre de 2011

Amar y ser amado

Nos dice Erich Fromm en su libro “El arte de amar” que todo ser humano –varón, mujer- tiene la capacidad de amar, esa voluntad de superar la angustia o separatidad en la que nos encontramos todos en algún momento de nuestra vida. Para esto, la persona con su capacidad de amar debe crecer, madurar ese potencial, alimentarlo en sí a través de los demás. Termina, por eso, diciendo –Erich- que el amor implica conocimiento, es un arte, es formativo, madura nuestras potencialidades personales y sociales. El amor no es un sentimiento o un simple concepto, abarca la moralidad, la madurez, el respeto, cuidado y conocimiento. Así, toda teoría del amor supone una teoría del hombre. Dios es amor, el hombre lo es también porque ¿acaso no somos imagen y semejanza de Dios?

Erich Fromm parte del problema de la separatidad que todo ser humano atraviesa. Este breve ensayo no partirá desde esta perspectiva, tendrá un sentido más de identidad; es decir ¿quién soy? ¿qué quiero? ¿qué hago? y ¿cómo lo hago? Para tal cometido me valdré de los escritos de Erich Fromm, por un lado, de Víktor Frankl por otro y de Jesús García López; por supuesto haré mención a la Sagrada Escritura.

Este ensayo está compuesto de tres partes: primero contiene una presentación de las distintas posturas del amor en el ser humano. En segundo lugar se menciona algunos pasajes bíblicos relacionados con el tema. Finalmente, en la tercera parte se encuentra la argumentación suficiente que el título demanda.
 
ACEPCIONES RELACIONADAS AL AMOR

Para Erich Fromm el amor es aquella respuesta contra el problema de la separatidad que atraviesa todo ser humano. Tiene que unirse para dejar de estar aislado; esta realidad se refleja en su muestra de angustia. Para superar tal crisis existencial, el hombre halla la solución en el amor como señal de madurez personal y social. Encuentra el vínculo, aquel puente o camino que le lleva a la unicidad. Ahora bien, si el amor es una respuesta al problema de la existencia, entonces es una acción que solo puede realizarse en la libertad y jamás como resultado de una exigencia u opresión en vista de que la elección de amar esté en uno mismo, y quien es capaz de dar de sí es rico, pues tiene mucho por dar. En pocas palabras, Fromm nos dice que el amor libera del sufrimiento, es la vía para salir de la angustia de la separatidad. El amor no implica sufrimiento, más bien se sufre porque no se ama.

Hoy en día se predica o habla, de algún modo, el amor para salir del sufrimiento (términos como autoestima, reconciliación son ejemplos claros). Empero, casi nadie se ve como tal: un ser nada, pecador, solo, sufrido, pobre… puesto que el amor te abre los ojos, y estas tales personas “sufridas” ya no se ven así. Mejor sería partir por su identidad, indicarles o predicarles que hay que reconocernos como somos y, desde allí, escalar en la vida. Que esta luz que nos brinda el amor no sea para cada uno una carga de culpas o hundimiento, al contrario, partamos de esa realidad para salir de ella. Y ¿cómo llegamos a comprender o percibir el amor? Erich Fromm nos da cuatro claves: con cuidado, con responsabilidad, respeto y conocimiento; estos son mutuamente independientes pero están interrelacionados. Donde cuidar significa preocuparse por su vida y crecimiento, la responsabilidad viene de responder por las necesidades físicas y psíquicas de la otra persona. Respeto viene de mirar, ver a la persona tal como es; preocuparse porque la otra persona crezca tal como es. Hay que llamar la atención que cuando Fromm habla de amor se refiere al amor maduro, donde se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos.

Hay que entender la capacidad de amar como acto de dar, sin pensar en el sentido mercantilista donde dar implica recibir. Al final, dar significa recibir, porque cuando se da con sinceridad no se deja de recibir, o como bien señala Fromm “El amor es un poder que produce amor”. Concluyendo con Erich Fromm, decimos que la práctica del amor es una experiencia personal ante la cual no existen recetas, sino requiere disciplina, concentración, paciencia, una preocupación suprema por el dominio del arte de amar.

Jesús García López nos presenta distintas acepciones que abarca el amor humano. Hago mías algunas de ellas. Comienzo por sus primeras palabras donde se lee: “Así como el verdadero conocimiento humano es el conocimiento racional, pero no puro o aislado del conocimiento sensitivo, sino mezclado con este o mediado por él, así también el verdadero amor humano es el amor racional o que radica en la voluntad, pero no puro o incontaminado respecto del amor sensitivo, sino mezclado con éste y dependiente de él…” Aquí el autor utiliza los conceptos profundamente humanos: conocimiento y amor. La diferencia fundamental está en que el amor va más allá, es más unitivo, no se detiene, como el conocimiento, en lo puramente representativo o intencional. El amor trasciende, el conocimiento exige razones, no está en su naturaleza el ir o ver más allá de lo evidente.

Víktor Frankl profundiza un poco más el problema de la existencia humana, quiere hallar respuesta a ese sentido de la vida. Afirma que el amor es una de las respuestas al problema existencial, no es el único. Hay tres rutas o caminos para ir al meollo del problema y abarcarlo. Una es usando la propia creatividad, ese plus de valor que se agrega en el trabajo cotidiano, profesional, académico, aquella impronta de tu ser, ese sello que te caracteriza como buen ciudadano, esa deferencia que se tiene ante quienes te confían responsabilidades. Otra es el propio amor, y la tercera vía son las actitudes. Viéndolo de esta manera, la vida demuestra estar potencialmente plena de sentido. Tal sentido es accesible a cada uno, no hay censura de ningún tipo para ser feliz, no se necesitan bienes (aunque ayudan) para encontrar la felicidad de vivir, esa capacidad de amar, de dar, entregarse, vivir.

A estos tres modos de presentar el tema del amor y el hombre las agrupamos en una frase: “No puedo querer o amar lo que no conozco –por supuesto, la palabra conocer en el amplio sentido de la palabra- peor lo que no valoro” El amor vivifica, fortalece, anima, equipara. Se debe ilustrar el amor, frenar la inteligencia y demostrar la fe (Stgo 2, 14ss).

“SI YO NO TENGO AMOR, NADA SOY” (1Cor 13)

Nos dice un cristiano: “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo” (1Jn 2,15) ¿qué podemos entender de esta sentencia? La palabra mundo tiene varias acepciones, una de ellas significa la propia creación, que es buena, puesto que es obra de Dios. Otra acepción es la corriente mala que arrastra conductas negativas (vicios, violencia, corrupción, venganza, terror, mentira…) a causa del alejamiento de Dios. Finalmente hay algo más en esto de no amar al mundo, ya que la creación entera no se compara con su creador. Mientras consideramos al mundo como el gran regalo que Dios nos hizo y nos sentimos responsables ante él de su progreso y desarrollo, el mundo es bueno para nosotros.  Pero tan pronto lo consideramos como cosa nuestra, lo usamos o descuidamos a nuestro antojo, se vuelve ídolo que nos esclaviza. El buen amante cristiano se compromete con el mundo (creación) pero lo hace sin el mundo (lo mundano). Aquí cae bien aquel dicho: “amo a Rosita porque me da su cosita” queriéndonos indicar que se queda en el mundo, no va a la esencia, ama a la creación y no al creador, ama la “cosita”, no a Rosita, es un materialista, uno del mundo (mundano).

Por otra parte es más importante amar que hacer miles de cosas huecas, por figurar o mostrar lo que no se es, por pura vanagloria o complacencia carnal, humana, material. De qué me sirve ser un gran médico, ingeniero, abogado, profesor, o “x” profesional si, cuando estoy en mi tiempo de entrega soy déspota, bufón, intolerante, calculador, anarquista… pues, de nada, ya que todo lo que haga será tomado como un cumplido, aquel saludo a la bandera sin sabor de vida o patriotismo. Nadie querrá pasar conmigo su tiempo libre, seré un ser sin vida, es decir sin amor, ya que no soy nada si no tengo amor. En este caso se daría pie a la teoría base de Erich Fromm (su antropología) al sustentar su libro bajo la premisa de la separatidad, ese aislamiento o angustia de estar o quedarse solo. En cambio si a mi vida y profesión le añado ese plus valor que es el amor, pues, sí que reboso de alegría ya que todos los que me rodean se alegrarán con mi servicio y entrega; aquí notan el amor desbordante saliendo de mí.

En el evangelio, Jesús nos deja indicado que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado (Jn 13, 34). Nuestra pregunta sería ¿y cómo nos ha amado Jesús? Respondo con todos los argumentos anteriores. Jesús conoció a su gente, respetó a cada uno, fue un hombre responsable y cuidadoso, ya que no dejó solos a sus seguidores. Fue un hombre sabio, supo dominar sus pasiones sensitivas y dio, en toda su vida pública, aquel valor agregado o plus valor a su misión, tanto así que se entregó todo él. Todas estas actitudes las recogemos en el secreto de su vida: su amor al Padre, esa relación estrecha que mantenía con él a través de sus oraciones secretas, de esos momentos de contemplación en el huerto, de madrugada, toda la noche… Es decir, Jesucristo profundizó la palabra amor a través del silencio en su interior, no estaba aferrado a la ley, a las cosas ruidosas o mundanas. Ama quien comprende la vida, ama a su hermano quien valora, ve en él a un ser viviente, criatura de Dios. Creo yo, es la forma en que Jesús nos amó, haciéndose uno de nosotros, comprendiéndonos, sanándonos y levantándonos. La historia personal de cada uno marca nuestro norte de vida. No es tan cierta aquella frase común de que no amo porque no me dieron amor, ya que la potencia de amar está en cada uno de nosotros, nada más hay que sacar adelante, desde nuestro interior, ese potencial. ¿Y cómo se hace? La tercera parte responderá nuestra inquietud.

CONTEMPLAR ES AMAR, EL SILENCIO INTERIOR

Es frecuente ver a las personas, cuando están tras la búsqueda de su ser, de su identidad o sentido de vivir, amar y ser feliz, buscar fuera de sí aquellos argumentos o cosas que le satisfagan. Todos estos están equivocados, ya que terminan, tras un desliz, renegados, decepcionados de su vida. Es mejor y más provechoso penetrar, ingresar en nuestro interior y buscar allí aquellos argumentos que llenen nuestra razón de amar. Para ingresar en nuestro interior hay que partir por hacer silencio, llegar a decir que me gusta el silencio, adoro el silencio. Uno se queda percibiendo y escuchando su propio cuerpo, ve que todo funciona en silencio: la sangre corre sin hacer ruido alguno, el corazón late sin uno darse cuenta, los pulmones funcionan suavemente, todo el cuerpo es movimiento, pero todo funciona en silencio. Ver también desde dentro para afuera que el universo se moviliza en silencio, la luz se desplaza a trescientos mil kilómetros por segundo sin hacer ruido, cada día nos llega el sol sin hacerse notar, todo el universo, todos los astros recorren sus órbitas a velocidades fantásticas y todo en silencio. El mundo natural nos convida al silencio: el agua corre en silencio y aún cuando caiga en forma de cascada, no hiere nuestros oídos, los árboles crecen en silencio y en silencio se abren las flores y maduran sus frutos.

Sin clima de silencio no hay equilibrio interior, sin silencio no hay relación interior, no nos conocemos, no vemos espacios de amor. En medio de las ciudades ruidosas, de las músicas ensordecedoras, de las casas llenas de ruidos de radio, televisión e internet, es necesario crear un clima de silencio. En medio de la corrida de la vida, de las preocupaciones, de las cabezas llenas de confusión y de dudas y deudas que más parecen enjambres de abejas alborotadas, es necesario volverse sobre sí mismo, hacer silencio y escucharse. Escuchar los sentimientos propios, los deseos infinitos. Escuchar el habla del corazón, el habla de la vida, el habla de la naturaleza, el habla de Dios, que nos dice “te amo”. Es desde ese momento, desde ese sentirse amado que el amor brota, surge, sale de nosotros e irradia a los demás. Este es un verdadero amor, es ese amor infinito que no acaba nunca, ya que se sujeta en lo profundo de nuestro ser. Desde allí podemos amar y amar, hacer todo lo que queremos hacer sin miedo alguno, sin fingimiento, sin ser materialistas, ya que nuestro amor tiene asidero.

Es necesario crear un clima de silencio dentro de nosotros mismo: silencio pleno y total para descubrir nuestro AMOR. Ejemplos claros los tenemos dentro de la cultura budista, de aquellos que se consagran en los monasterios, pasan días y días orando, meditando, contemplando.... Luego aman, respetan, valoran, son felices. No quiero decir que todos deben ser monjes o cosas por el estilo, nada que ver. Lo único que quiero es que toda la gente busque espacios de meditación, contemplación en su vida, que hagan un alto para verse a sí mismo. Como hizo Víktor Frankl, tras estar en esos horrendos campos de concentración ensimismado, pensando, meditando su vida, su futuro, su obra.

Termino este ensayo diciendo que en el silencio de nuestro interior está la clave de hallar o darnos cuenta que el amor no está afuera, sino dentro de nosotros. Y que la vía de hallarla está en la contemplación, de allí que contemplar es amar, y quien ama, no hace daño. De esta manera ama y, a la vez, es amado.