Los ingleses, famosos por su puntualidad, definen a la puntualidad como "el alma de la cortesía", pues es un gesto que demuestra consideración y respeto hacia los demás. Además, consiste en tener bien claro que siendo puntuales honramos nuestra promesa de llegar a tiempo a una reunión o de terminar el plazo señalado para un trabajo o encargo.
Los habitantes más adelantados se caracterizan por ser puntuales. Quizá en sus tiempos más remotos fueron indisciplinados e impuntuales, pero vieron que su puntualidad los diferenciaba de otros y marcaban su propio estilo y prestigio. Y descubrieron que siendo puntuales progresaban y prosperaban. Y se convirtieron en grandes civilizaciones.
Lamentablemente hoy, en nuestra sociedad, abundan los impuntuales, para quienes llegar 10 ó 20 minutos tarde está dentro del plazo aceptable. Es más, se molestan si alguien les reprocha su tardanza y argumentan que así somos los latinos. Totalmente falso.
La puntualidad es una cualidad, una virtud práctica que es fácil de alcanzar. Es cuestión de ejercitarla, ponerla en práctica comenzando por las actividades sencillas, domésticas... como levantarse con tiempo, hacer las actividades del día conforme se dan las horas, atender las necesidades del hogar, del estudio, del trabajo, de las amistades según lo planificado. Todo depende de la organización interior y las motivaciones que tenemos en la mente. Así decimos que una mente organizada es señal de una salud emocional integral, por ello el atender las actividades con prontitud y según el orden establecido, nos ratifica que tenemos tiempo de sobra para continuar con la siguiente actividad, como es el tiempo ocio. Solo los puntuales tienen tiempo de sobra; no así los impuntuales.