Los celos no son señales
de amor, sino de control. Un estudio de la Universidad de
Pisa afirma que los celos se producen por bajos niveles de serotonina en la
sangre, un neurotransmisor que modera la ira o la tristeza, lo que produce
actitudes y conductas frecuentemente violentas. Los celos se inician por desconfianza en lo que hace la pareja a lo largo
del día. Las cifras de feminicidios en los
últimos años son importantes de analizar. Según cifras del Observatorio de
Criminalidad del Ministerio Público, el 77% de los crímenes contra la pareja
ocurridos entre 2010 y 2017 fueron motivados, principalmente, por los celos. La señal de alerta es el secuestro o
aislamiento emocional.
Los celos pueden ser clasificados:
Reactivos: cuando una actitud o comportamiento de la pareja
lastima la relación. No crean paranoia ni ansiedad. Cuando mira de forma
especial a alguien más. Son esporádicos, se solucionan con conversación.
Territoriales o ansiosos: cuando una persona se imagina que
la pareja se irá con el primer individuo que pase. Crean desconfianza y
paranoia. Ansiedad de que en cualquier parte hay peligro.
Posesivos: los más tóxicos, pueden llevar a situaciones de
violencia. Creen que su pareja les pertenece. Limita su comportamiento a estar
junto a su pareja. Controla desde la forma de vestir, mirar y a dónde ir.
Los celos desmedidos están
vinculados a un trastorno paranoide de la personalidad, además de psicosis con
ideas delirantes. Optar por una orientación psicológica es primordial. Ya lo decía Camilo Sesto, sentir
celos es “un sufrimiento que te quema a fuego lento”. Lo mejor es aprender a
amar bien y no pintar con amor lo que realmente es violencia. Por eso, mirar los celos con recelos.