En toda vida humana, apagada la
pasión, empieza la vida cotidiana con su rutina gris. En la convivencia a dos
suceden desencuentros, irrumpen pasiones por la fascinación de otra
persona. No es raro que después del éxtasis siga la decepción. Hay vueltas,
perdones, renovación de promesas y reconciliaciones. Siempre sobran, sin
embargo, las heridas, que, aunque cicatricen, recuerdan que un día sangraron.
Son misteriosos los caminos que
van del corazón de un hombre al corazón de una mujer. Como también son misteriosas
las travesías del corazón de dos hombres y respectivamente de dos mujeres que
se encuentran y se declaran sus mutuos afectos. De ese ir y venir nace el
enamoramiento, le sigue el amor y finalmente el matrimonio o la unión estable. El amor
es una llama viva que arde pero que puede oscilar y lentamente ir cubriéndose
de cenizas hasta apagarse. No es que las personas se odien, se vuelven
indiferentes unas a otras. Es la muerte del amor. San Juan de la Cruz dice: “el
mal de amor no se cura sino con la presencia y la figura”. No basta el amor
platónico, virtual o a distancia. El amor exige presencia. Quiere la figura
concreta que más que la piel-a-piel es el cara-a-cara y el corazón sintiendo el
palpitar del corazón del otro. El amor es una dolencia que solo se cura con la
ternura. La ternura es la savia del amor. Si quieres guardar, fortalecer, dar
sostenibilidad al amor sé tierno con tu compañero o con tu compañera. Sin el
aceite de la ternura no se alimenta la llama sagrada del amor. Se apaga.
¿Qué es la ternura? Es el afecto
que damos a las personas en sí mismas; es el cuidado sin obsesión. Ternura no es afeminación ni renuncia de
rigor. Es un afecto que, a su manera, nos abre al conocimiento del otro. En realidad solo conocemos bien
cuando tenemos afecto y nos sentimos envueltos con la persona con la cual
queremos establecer comunión. La ternura puede y debe convivir con el extremo
empeño por una causa; pues, hay que endurecerse pero sin perder nunca la
ternura. La relación de ternura no envuelve angustia porque está libre de la
búsqueda de ventajas y de dominación. El enternecimiento es la fuerza propia
del corazón, es el deseo profundo de compartir caminos. La angustia del otro es
mi angustia, su éxito es mi éxito y su salvación o perdición es mi salvación y,
en el fondo, no solo mía sino de todos.
Blas Pascal (1623-1662) introdujo
una distinción importante que nos ayuda a entender la ternura: distingue el
esprit de finesse del esprit de géometrie. El esprit de finesse es el espíritu
de finura, de sensibilidad, de cuidado y de ternura. El espíritu no sólo piensa
y razona. Va más allá, porque añade al raciocinio sensibilidad, intuición y
capacidad de sentir en profundidad. Del espíritu de finura nace el mundo de las
excelencias, de los grandes sueños, de los valores y de los compromisos a los
cuales vale la pena dedicar energías y tiempo. El esprit de géometrie es el
espíritu de cálculo y de trabajo, interesado en la eficacia y en el poder. Pero
donde hay concentración de poder ahí no hay ternura ni amor. Por eso las
personas autoritarias son duras y sin ternura y, a veces, sin piedad. Pero este
es el modo de ser que ha imperado en la modernidad. Ésta ha arrinconado, bajo
un montón de sospechas, todo lo relacionado con el afecto y la ternura.
Finalmente, decimos “qué tierno
eres” a la persona que manifiesta su bondad y amor a lo que hace, dice y
piensa; por ello, la ternura de los niños es la manifestación del amor divino
de sus padres que le dieron la vida, le dan la salud, la protección, el cariño…
Sigamos siendo tiernos siempre.
(Recopilación de Leonardo Boff)