Eran dos amigos inseparables. Juntos,
un día, conocieron a una bellísima bailarina. Era una mujer amable y
fascinante. Ambos amigos la amaban y estaban encantados con ella. Pasaron unas
semanas, y uno de los amigos le dijo al otro:
-Me ha empezado a atormentar la idea
de que un día podamos quedarnos sin ella.
-Antes o después, todos nos quedamos
sin todo –repuso con ecuanimidad el otro amigo.
Transcurrieron los meses. Y llegó un
día en que la hermosa bailarina les comunicó que debía ir de gira por otros
países. La bailarina se despidió de los dos hombres y partió. Entonces, uno de
los amigos dijo:
-¿Te das cuenta? Estaba atormentado
porque un día la perdiésemos y así ha sido. Ahora estoy verdaderamente
desolado. No podré vivir sin ella. ¿Y tú, cómo te sientes? El amigo ecuánime
repuso:
-Maravillosamente, muy sereno.
-¿Cómo es posible? Acabas de perder
una mujer maravillosa.
-Razona conmigo. Antes de que ella
apareciera en mi vida, yo me sentía bien. Ella fue como un regalo de la vida.
Vino y la disfruté intensamente. Mientras estuvo aquí, ni un solo instante dejé
de sentirla en lo profundo de mí. Ella ha partido y yo vuelvo a estar como
antes de que ella viniera. Vuelvo a sentirme bien. Bien estaba antes de que
viniera, bien estaba mientras ella se
hallaba aquí, bien estoy ahora que ha partido. Si estoy bien conmigo mismo,
¿podría ser de otro modo? La vida la trajo, la vida se la llevó. El maestro
dice: “todo lo adquirido puede perderse. A todo encuentro debe seguir la
separación. Solo lo que hayamos cultivado en nuestro mundo interior nos
pertenece.