Hay una frase que se repite cuando preguntas a alguien ¿Cómo estás?. No es extraño que la respuesta sea: "cansado". Hay
cansancios y cansancios, y lo que se expresa con frecuencia es una especie
de cansancio existencial. No es depresión, sino una falta de ilusión. Así es el tufo del agnosticismo.
Sin embargo, dicho estado de ánimo forma parte
de la vida porque es un elemento muy importante para el crecimiento y el conocimiento espiritual,
ya que es el lugar donde la persona se siente especialmente tentada por sus
propios fantasmas. Y nadie se conoce bien del todo si no conoce sus propios
fantasmas ahí donde "las papas queman".
El problema es que la desolación encaja mal en un mundo
donde se nos ha vendido que la alegría perpetua es el
estado normal del ser humano y que, por tanto, no hay lugar para los momentos
bajos, para la tristeza o para la sensación de pesadumbre.
Entonces, la desolación resulta ser autoconocimiento profundo, conocimiento de los propios límites, ya que en un momento bajo a cada uno se le
aparecen tentaciones diferentes: tentaciones de tirarlo todo por la borda,
tentaciones de evasiones adictivas, tentación de disimular, etc. Y, si no caemos en la cuenta de ellos, la desolación puede ser un agujero negro narcisista, un lamento
continuo contra todo y contra todos, un encerrarse sobre nosotros mismos, o
puede ser un efectivo entrenamiento contra todo esto.
Son la publicidad y el capitalismo sin piedad quienes juegan en todos los estados de ánimo más que animar a "hacer la contra" lo que nos
dice es que nos "entreguemos a la tentación" ("compra, viaja, y serás feliz"). Lo que dice es que tienes toda la
razón de estar enfadado con el mundo y que ellos tienen, en forma de
producto, la solución para superarlo. Y esta solución no pasa nunca por un
trabajo interior, por tragarse los límites, sino por intentar distraer la misma
desolación en mil y una capas de consumo y diversión.
De ahí la necesidad de hacer también elogio de la
desolación, no para arrastrarse permanentemente en ella y quedarse, sino como
un momento privilegiado de conocimiento, de hacer el duelo, de asumir la
realidad tal como es. En definitiva, ser agnóstico, "estar triste" y la desolación, cuando
acontecen, es para transitar por ellas y así hacernos más fuertes en humanidad. Pero, una humanidad con corazón, no solo con razón.